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MICRORRELATOS

Ser

Me miras manteniendo las distancias. Pesada y silenciosa. Tan peripuesta como siempre. Tan grisácea. Tan hueca, y llena de la nada. Parte de ti aún no se ha despertado. Tu piel permanece tersa, intacta e inmóvil. Los dedos se me hunden en ella; y ella, con una fina y vertical línea dibujada en los labios, me sujeta, olvidada de unos tiempos en los que ser era atreverse. Tu árido aliento me produce un escalofrío que pretende ser placer. Estiro las mangas del jersey y oculto los puños bajo una suave piel que enseguida me calienta. Paseo pensativa por cada uno de tus lunares y pecas, preguntándome cómo es que nadie se haya fijado en ellos antes. Me detengo allí donde tus rizos cobran vida, con cada bello entrelazándose de forma brusca entre mis dedos. Te miro, y no consigo encontrar el horizonte entre tanta nube; entre tanta luz que pretende seguir jugando al escondite.


Se me aceleran los latidos en busca de un porqué que no llega a aparecer. Pero comienzo a ver. Logro respirar aire fresco a pesar de la eterna galerna y encontrar un sol tenaz entre el espesor de la atmósfera. Y de repente ocurre. Jadeante, me alejo. Nuestras miradas conectan por primera y última vez. Tus labios no se contagian de una sonrisa que destellan de poder. Los colores me llaman. Un azul suave en lo alto que, poco a poco, desaparece tras un fondo naranja cálido. Nubes de algodón que parecen pender de un hilo invisible; algodón sobre trazos de pincel imperfectos. El delicado y continuo romper de las olas. El horizonte, más marcado que nunca. Los últimos rayos en contraste con un mar lleno de sombras. Miradas diáfanas. El fin se acerca, gritan muchos, mientras unos pocos prometen.


Prometen que serán. 



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Clavaba las pupilas en las tuyas y me quedaba sin habla. Tus ojos, brillantes cual estrellas, se aferraban a mí como si el tiempo tuviera alas. Susurrabas que me necesitabas, pero lo que no sabías era

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